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KILATES DEL CUBANO

CAMINANTES EN SOMBRA

El tiempo de Severo, el declamador cubano

El tiempo de Severo, el declamador cubano

Por Luis Machado Ordetx

«Poeta del tiempo, en la transparencia de   la voz y el gesto vital de todo sueño...»

                                                                                                                      José Lezama LimaTuve un andar lento, sembrado en la tierra. Siempre fui así. Caminé con los pies hacia adentro, queriendo una mirada, para que no escapara nada. Por eso y otras cosas dicen que mi cabeza de pico saliente sirvió de detenido albergue o asiento de datos, fechas, papelerías y recuerdos… Entonces, creo que para algo sirven los años y el alto peso de los huesos en su eterna reciedumbre, porque contienen sabiduría de mucho tiempo.Siempre preferí vivir aquí, en mi ciudad, y cuando levanté vuelo a otros lugares —incluido México y Estados Unidos—, preferí, anhelé y sentí rápido la ansiedad del retorno como testigo.Eso explica el porqué de la preferencia por mi humilde terruño, mi aldea central y mi país por encima de todas las cosas. Aquí se encuentra lo mío, esa mulatez que delata mi piel. No te miento. Quienes me conocen y han escuchado, lo saben bien.Mis generales son largas: me llaman Severo, aunque el segundo nombre es de la Caridad, y por apellidos llevo Bernal Ruiz, y —como conté— algunos siempre dicen que soy un arsenal del tiempo, porque transporté con inteligencia y modestia la savia del verso que otros procrearon.En Santa Clara, capital de la antigua provincia de Las Villas, nací el 8 de septiembre de 1917. En mi hogar humilde, de ascendencia africana, criolla, mulata y mambí, brotó el arte y estudié piano. Eso da la medida de por qué lo mío está aquí. No obstante, con la vuelta del tiempo comprendí que mi oído no era de sumo agrado para la música. Creció entonces otra vocación que me llevó a interminables estudios, escenarios y al fomento de variadas y largas amistades.Con 15 años fui aprendiz de tipógrafo en la imprenta santaclareña de Enrique Lanier, que editaba el periódico comercial El Triunfo y poemarios cortos de algunos posmodernistas. Allí estuve muchas décadas y encontré veta ardiente para otro delirio: aprender el difícil arte de la declamación.La fiebre artística, en plena provincia —donde lo que afectaba el oído y mal gusto del trasnochado burgués era tildado de escándalo—, provocó que, jóvenes coterráneos con vocación literaria y musical, hiciera encuentros para intercambiar  creaciones. Así surgió la revista Umbrales, primero, y después la Hora Hontanar, que llenaron espacios de divulgación y promoción frecuentes en la última mitad de la década del 30.Aunque de esos acontecimientos se habla muy poco, incluso la Historia ni los menciona, quienes laboramos en ellos, constituíamos un foco sistemático de enfrentamiento con patrones establecidos en el plano cultural, a la vez que representábamos una forma y un modo de decir propios.Digo eso porque fui de esos jóvenes sumados a la nueva embestida artística. En febrero de 1936, un sábado en la tarde, ofrecí el primer recital como declamador. Un grupo de amigos me animaron para que asistiera a la casa de Coya, donde tenían cita los contertulios del Club. Los versos lograron la corporeidad de un escenario improvisado. La guitarra, el piano y una que otra opinión sobre filosofía, literatura, ciencias sociales, matizas los diálogos.En la imprenta, yo, un naciente declamador, si se puede decir así, conocí de las misiones legadas por Boloña a los tipógrafos, y en Umbrales quedé vinculado al calabaceño Onelio Jorge Cardoso, al dramaturgo Juan Domínguez Arbelo, al poeta Carlos Hernández y a los contertulios esporádicos Raúl Ferrer y Enrique Martínez Pérez… En esos encuentros también comulgaron otros intelectuales de izquierda revolucionaria.Una que otra vez, José Ángel Buesa y Emilio Ballagas animaron el círculo de Umbrales.La sed de escenarios, las invitaciones de amigos artistas, y la colaboración con destacados intelectuales y dirigentes comunistas (Salvador García Agüero, Jesús Menéndez, Carlos Rafael Rodríguez, Juan Marinillo, Manuel Navarro Luna, José Felipe Carneado y Lázaro Peña…) me llevaron a mítines antiimperialistas, por la defensa de la democracia, la paz y la solidaridad internacional y antifascista. Fue común, cuentan algunos coterráneos, observarme en una tribuna popular e improvisada, para declamar versos encendidos. Por esa razón fui perseguido, porque aquello no gustaba a muchos, pero al pueblo al que pertenecía, entendía mi misión artística.De esos contactos quedó una vasta papelería, que a menudo cuenta con un poema inédito del más conocido o extraño escritor, así como consideraciones artísticas o literarias que permiten un conocimiento certero del desenvolvimiento cultural que logró la ciudad de Santa Clara a partir de la década del 30. Muchos de los datos y acontecimientos que aporta mi papelería y testimonio, son del total desconocimiento de la Literatura Cubana. No obstante, por los autores se sabía de su existencia y envergadura documental.Por ejemplo, de Emilio Ballagas quedaron objetos personales, libros, correspondencias, originales del poema más agónico y ardiente del cubano, donde se habla de la comunicación entre el hombre y la mujer, me refiero a «Declara que cosa sea amor», de 1943, así como hasta los hace poco inéditos «Balada en blanco y negro», que me dedicó, «Soneto Póstumo» regalado a Gilberto Hernández Santana; «Abrid bien los ojos» y «El campesino herido». Ese costado del camagüeyano que concede campo a la llamada «poesía social y de servicio» no se conocía. Al difundirlos muestra otra arista o etapa de referencia en la evolución, retroceso o estancamiento artístico de su creación.Hacia finales de los años treinta y durante toda la década siguiente amplié el repertorio como declamador, y los recitales fueron sistemáticos. Lo mismo dialogué con Marinello que con Guillén, recité en actos de masas y forjé nuevas amistades. Nació así el encuentro que por muchos años sostuve con Enrique Martínez Pérez y mis colegas Eusebia Cosme, Luis Carbonell y el portorriqueño Juan Boria. También fueron los años en que más escribí para periódicos y revistas, y más poemas también. Aquello que elaboré, siempre llevaron una mirada hacia el verso negrista.Sin embargo, quiero hablar de esos cuatro artistas porque tuvieron una influencia definida en mi trayectoria actoral, pues la poesía de Martínez Pérez —todavía inédita— quedó grabada con celo entre mis labios y constituyó una excepcional fuente de inspiración en cualquier escenario, mientras que Carbonell representó un exponente esencial de la declamación y un amigo sincero.Por su parte «Usebia», como suelo llamarla todavía, era la bondad personificada, y para hablar de ella hay que visitar el cielo, porque era grande como las libras que albergaron sus huesos. En ella el verso negro y de cubanía absoluta era total perfección. Sobre la Cosme, olvidada hoy, estoy tentado a contarte muchas cosas. Eso constituye un compromiso porque me ofreces la palabra para recrear el pasado que también es presente.Boria, el amigo por correspondencia, siempre me admiró, alentó e intercambió repertorios definitorios en mi trayectoria actoral. A ese negro lo quise porque era un amigo sincero.Con los cuatro siempre tuve un día de emoción y solemnidad. Tanto en Santa Clara como en otras provincias cubanas y en el extranjero, hubo un gesto compartido por horas de declamación. Por supuesto, con Carbonell, por su cercanía, fueron más sistemáticos.En 1947 salí de viaje. Primero pensé residir por un tiempo en los Estados Unidos, y en especial en Nueva York, pero troque rumbo y anclé en México. Antes de partir hice nuevamente radio en la emisora habanera CMBZ-Radio Salas, en los programas que animaba Rafael Enrique Marrero, Guillermo Villarronda y Samuel Capdevila. Allí rememoré los días iniciales con el verso y el micrófono cuando debuté en la CMHI, de Santa Clara, en aquellos espacios culturales de promoción surgidos en Audiciones Umbrales y la Hora Hontanar.Durante ese corto período habanero, antes de marchar al extranjero, también actué en el programa «Alfombra Mágica», de la Cadena Sur. Me acompañaron en varias ocasiones Candita Quintana, Alicia Rico y Luis Carbonell.Allí comprendí una vez más que soy de los que conciben el arte de la declamación como la forma exterior y el gesto para expresar con palabras la belleza y el sentimiento más profundo de la poesía. Esa fue una máxima que siempre seguí con honestidad y gallardía, y así llegué a Ciudad de México con una carta de recomendación destinada al periodista Ernesto Parre (Gastón de Vilá) y desbrocé el camino para subir a diferentes escenarios a transmitir y contar mis experiencias.Las programaciones radiales del Ministerio de Educación mexicano dieron cobertura a mi presencia como declamador en tierras aztecas, y acompañado por el poeta Salvador Novo brillé de cierta forma con un variado repertorio de versos afrocubanos. Recorrí varias ciudades y quedó postergado para siempre un recital en el anfiteatro Bolívar del Museo de Bellas Artes.Tres meses estuve conviviendo con la cultura azteca y difundiendo lo más selecto de la poesía cubana. Varios periódicos y revistas reflejaron en sus páginas las actuaciones que desarrollé en círculos intelectuales y obreros. Ahí están los recortes, para la historia, claro. Grandes titulares se desplegaron en las secciones culturales. Aquello me emocionó, porque era el reconocimiento más alto a todo lo que hacía por vocación.Cuando alguna que otra vez me preguntan por qué rechacé las ofertas formuladas en México para que prolongara la estancia, contesto como siempre lo hago a los que indagan sobre mi lejanía de La Habana —dos sitios donde se puede crecer en arte— y rememoro eso que expresé a Onelio un día que sus insistencias eran sistemáticas: «los árboles viejos nunca se pueden desenterrar porque quedarían secos». Todavía recuerdo su rostro cuando espetó «Severo, eres un imposible en tu pequeña aldea». En tal sentido nunca abandoné tres cosas vitales para mi vida: la profesión de tipógrafo y el vínculo con el papel, así como mi ciudad y la expresión del verso en gestos y palabras.Sin embargo, al dejar México lleno de elogios y amigos en breve paso por Veracruz y Mérida, pensé ir a Estados Unidos; pero regresé a La Habana. En 1953 preparé otro viaje y llegué a Nueva York e hice una incursión desde Miami al Niágara, actué en barrios latinos de ese país, y Eusebia Cosme me presentó en varios escenarios artísticos donde debuté y tuve éxitos.En Cuba me esperaba el saludo fraterno de los amigos de Umbrales, que en parte acogieron y financiaron el viaje anterior con presentaciones artísticas, y la solicitud frecuente los  comunistas para que interviniese en sus actos políticos. Aunque no era militante activo de ese partido, jamás rehusé una participación en sus mítines, y esa actitud la guardo con cariño y cubana. Y, aunque algunos ya están fallecidos y la memoria de los comunistas no recuerda esos acontecimientos, siempre tuvieron mi actitud como un momento de excelente estimación.En Santa Clara los encuentros con Martínez Pérez, Raúl Ferrer, Onelio Jorge Cardoso y otros amigos, fueron reiterados, y lo mismo iba a Caibarién, donde compartía con el grupo de Archipiélago, que escribía impresionantes momentos en los escenarios viajaba por unos días a la Casa de los Poetas, en la calle Prensa 205, en el Cerro, La Habana, donde vivía el tabaquero Pancho Arango.También visité muchas ocasiones los territorios de Yaguajay, Manzanillo y Matanzas, donde el mundo cultural era propicio para confraternizar con Ferrer, Navarro Luna o Néstor Ulloa.Con los poetas amigos formamos tertulias nocturnas en el antiguo Bar Ideal de Santa Clara, a las que en alguna que otra ocasión se sumó el intelectual dominicano Juan Bosch. El propietario del Bar, Domingo Carreritas, promovía conversaciones sobre el arte y la literatura.Allí los diálogos tomaban en ocasiones el cauce de lo político porque había identidad de intereses artísticos, sobre todo en lo referente al compromiso del intelectual con su pueblo, el carácter social del arte, las formas de concebir la poesía, el tratamiento de la estrofa y la atención a temáticas que calaran en lo cubano.También fueron numerosas las veces que llegue a la escuelita de Narcisa, en Yaguajay, donde Raúl Ferrer daba clases. Allí concurrían además, Marinello y su esposa Pepilla. La casa se convertía en un taller de inquietantes ideas revolucionarias y literarias.La luz del tiempo y la amistad me permitieron guardar con celo muchos poemas y documentos de aquella época. Como dije una vez, los de Ferrer conservaban el calor de su cuerpo porque acostumbraba a escribirlos, doblar la hoja e introducirlos en el bolsillo o entregarlos al amigo. Muchos quedaron así en mis manos y esperan aún el día de su publicación.Aunque algunos no lo creen, palpité cuando en Yaguajay        —sería unos meses previos a 1947— Raúl escribió unos versos espontáneos, propios en su sinceridad, en los cristales de un comercio local para polemizar y dejar a raya a un autotitulado «Excéntrico». Otro aviso de su disparo enérgico está condensado en la antológica «Respuesta del buen marido», publicada hace poco gracias a mi testimonio. Y hay otras anécdotas sobre él que todavía conservo.En esta casa humilde me rodea un mar de recuerdos, que perduraron por años en objetos de arte (dedicatorias de libros, tarjetas de diferentes provincias cubanas y otros lugares del mundo, cartas de amigos, fotos de Carbonell y la Cosme, marinas pintadas por el caibarienense Coltildo Rodríguez Mesa, regalos de matrimonios en rupturas, un testamento de Ballagas, discos y casetes) y atestiguan la forma en que conquisté a un público en circunstancias diferentes, incluyendo —como expresé antes— la agitación política de las masas. Eso, quienes me quieren —sean comunistas, apolíticos o católicos—, jamás lo olvidarán.Yo con humildísima sinceridad lo afirmé, fui un declamador que nacido de la espontaneidad y el decir, adquirí determinados conocimientos de las teclas y los martillos; crecí en el gesto y las palabras y revoloteo en el verso que dejaron Clavijo Tisseur, Cisteros Burgos, Camín, Palés Matos, Lorca, Tallet…De igual forma, tal vez mi discreto silencio al guardar determinados papeles en el archivo y la memoria, sean el más firme testimonio de una personalidad artística que resistió con cariño el olvido a que me relegaron hasta hace poco tiempo.Claro, digo que me relegaron en el plano oficial. La modestia artística que propulsé el pasado al saberme sencillo y maduro declamador, al no llevarme por elogios inmerecidos y enterrar para siempre cualquier deseo superfluo o familiar para que abandonara el terruño que me vio nacer, permite que aún esté aquí con ustedes y algunos todavía me espeten con cariño el sobrenombre de «majestuoso señor de versos». Yo, eso lo acepto con humilde sentido, me encojo y no me hincho, más bien me sonrojo a todo pulmón.Nunca olvidaré cuando en 1989 —fue el único y más grande de los homenajes que recibí en Santa Clara en los últimos veinte años— un elogio de Raúl me sacó lágrimas de los ojos, y descendieron raudas como si algo grande saliera de mis entrañas en el recuerdo.El poeta de Yaguajay dijo: «Tu eres comunista sin carné porque lo llevas dentro, aquí cuando a los marxistas les entregaban golpes y palos por decir palabras, tu siempre estuviste junto a nosotros, no solo haciendo cultura y arte con el pueblo, sino agitando y difundiendo ideas, expuesto a recibir ofensas y maltratos físicos de los falsos políticos y sus fuerzas represivas…». Y, entonces, comprendí que si estuve con los buenos en tiempos malos, ahora que no hay discriminación este negro sigue entre los que tienen el alma limpia a todo segundo.En ese aspecto Ferrer, como otros amigos que me reconocieron como un hombre sin muchas manchas, tenía razón, pero algún día la Historia de la Cultura Cubana y en particular de Santa Clara, dará cuenta de este hombre por lo que aportó o dejó para el bien de su país, y cuánto hice no era para ganar elogios, sino para saldar las deudas con mis propios coterráneos. Por eso, estoy aquí.Sin mi testimonio o la papelería que guardo, algunos capítulos de la Historia de la Cultura villaclareña y cubana, quedarían oscuros u olvidados. No obstante, decidí sacarlos del «fuego» y colocar la documentación al servicio de la comunidad, que es igual a lo que hacía con los poetas: promoverlos, divulgarlos, difundirlos, reconocerlos. En definitiva, saqué por conclusión que esos papeles no tenían la culpa del daño que me propiciaron simples funcionarios culturales, y a ellos el tiempo los barrería, y nuestra rica tradición artístico-literaria ganaría otros capítulos.Además, sé que fui hombre del tiempo que me toco vivir, un declamador por vocación, pero en mis últimos años la melancolía me asiste al contemplar que esas formas de acariciar la metáfora, tal como lo hice antes, se pierden entre nosotros, porque no hay estímulos para su estudio y promoción.¿Qué más podría decir de mí? Salvo que también fui poeta y jamás emboté aquellas metáforas de raíz intimista que escribí a hurtadillas de amigos —sobre todo de los que tenían un bien ganado prestigio en publicaciones y tertulias— y algunas aparecieron publicadas en revistas y periódicos de la época. En general afincan lo mulato de mi sangre. Por buenaventura, digo, troqué las ideas y metáforas en sentimiento del verso y la voz, porque como declamador fui pleno y vital.Es así que te hablo desde el testimonio, la papelería viva, el coqueteo con la poesía antillana, caribeña y latinoamericana, como quien espeta en tono grave, profundo y rítmico la sensualidad que transporta el verso de otros.Aquel primer recital que ofrecí en el Club Umbrales ante un grupo de amigos, y donde el poeta villaclareño Carlos Hernández fungió como apuntador de versos, permitió que estallara en el acento grave, propio del que provoca una profunda catársis en la idiosincrasia del cubano, partiendo de ese acervo, fraguado en la manigua, que nos dejaron los africanos de barracones. Era como un canto mío, de declamador, a todos los antepasados.Recuerdo que fue el domingo 17 de febrero de 1936 en la calle Maestra Nicolasa, entre Zayas y Alemán, en Santa Clara, donde declamé por vez primera en un escenario. Eso no se olvida jamás. Allí incluí en el repertorio el «Secuestro de la mujer de Antonio», de Guillén, así como «Canto de un juicio negro» y «Riña en el solar», de Gilberto Hernández Santana.Ese primer momento dio riendas a otros que fraguaron la perfección escénica. Te juro que las piernas me temblaron y me tiemblan al recordar eso. Así ocurre cuando camino y alguien me saluda para evocar aquellos tiempos en que el pueblo decidió llevarme el «Declamador Dilecto de Las Villas». Todavía guardo ese título otorgado en la década del 50. Te puedes imaginar cuántos me conocían en esa época.Si te digo una cosa, el caminar diario por aquellas calles estrechas, contando con el saludo de algunos amigos y las visitas a otros y el deseo de un hombre decidido a quedarse en su ciudad, fueron definitorios para batallar contra la soledad. Antes de 1959 siempre hubo más de un recital por mes, donde el verso acogió la corporeidad del gesto. Cualquier escenario me solicitaba, incluso el teatro «La Caridad», de Santa Clara, donde actué en varias ocasiones. Aquí celebré en 1942 las «Bodas de Azúcar» con el verso, en un recital que presentó Onelio Jorge Cardoso.Con el tiempo he aprendido, imagínate tú, que al encarar la actuación, uno no lo piensa, pero impera la exigencia al incursionar en el verso pulido, grave, difícil y profundo que imita la voz y la psicología del negro y el mulato en una forma específica de pugnar contra la discriminación y vaticinar un mundo mejor.Que nadie piense que declamar es fácil. Lleva intensas jornadas de estudio, interpretación y apropiación de la psicología del autor y del mensaje que se pretende dar con la transportación de las metáforas escritas, la emisión de la voz o el gesto. Un público, por muy acéfalo que sea en poesía, merece respeto y exige entrega total del artista.Un ejemplo de los que puedo citar, ocurrió durante el recital que marcó mi madurez total en la interpretación de «West Indies Ltd», de Guillén, así como recordatorios constantes a las mejores piezas de Ballagas, Otero Silva, Villarronda y otros. Fue en 1944 en Santa Clara, durante los días previos a la tercera asamblea nacional del Partido Comunista cuando di ese recital definitorio. En el público estaban Guillén y Marinello, y mi interpretación del texto completo llamó la atención del camagüeyano, a quien también le gustaba la declamación, y me llenó de elogios.Por supuesto, eso no lo justifica el hecho de que fuéramos amigos, y en lo adelante fuimos más solidarios.Después de esa etapa mostré la forja plena en la provincia, llevé el estimulo constante de intelectuales cubanos y extranjeros, conquisté plazas significativas, transporté el influjo cultural al pueblo (cuando participé en aquellos actos de masas junto a los comunistas en algo que me llenó de capacidad comunicativa), completé un itinerario que evidenció mi huella de declamador fornido y consagrado a las urgencias nobles de su cubanía.Después de 1965, ya dije, estuve mucho tiempo casi olvidado por las autoridades culturales de mi ciudad natal. Sin embargo, no vegeté o sucumbí en torres de marfil porque muchas veces —sobre todo en la última década— subía a un escenario improvisado, como en aquella primera vez en Umbrales, para actuar entre amigos y demostrar que era el mismo de siempre con el donaire al contagio del verso.En el plano artístico, sin vanagloria, la historia de la cultura villaclareña, está embebida de las palabras que imprimí al verso. Los poetas se daban a conocer más por mi voz que por sus libros, y ellos mismos lo reconocían. Más de un elogio escrito conservé, por eso estoy estimulado. No obstante, creo que todo huelga porque interpreté la poesía como pocos y me lamento en los últimos años de que las fuerzas no me acompañen y la profesión del declamador muestre agonía debido al escaso estímulo que reciben los agraciados con ese talento.Con unas siete décadas sobre los huesos, con ese caminar lento que me caracteriza, con los pies mirando los pasos, los que no escucharon antes mi voz, tal vez algún día lo hagan por los sortilegios de una grabación y queden prendidos a mi fisonomía.Yo, el viejo tipógrafo, que conocí más de un secreto en la imprenta de Lanier, el atesorador de documentos y anécdotas valiosísimas, el declamador dotado de cierta distinción para interpretar lo nuestro en un proceder folklórico (donde descuellan el son, la rumba y el canto de amor elaborado con un gesto inolvidable e irrepetible en cadencias de voz, gestos y metáforas), resistí el tiempo y aún sigo prendido a la memoria imperecedera de mi ciudad natal.Cuentan todavía que yo soy como el reciario romano que desde la arena peleo con un tridente y, desde lo inmaculado y total, estremezco al público en cada canto. 

Asombros infinitos del Cuentero

Asombros infinitos del Cuentero

Por Luis Machado Ordetx

                                    « […] guajiro de siempre, con el arique al                        Tobillo, sostengo a esta ciudad entre los huesos».[1]                                                                        Onelio Jorge Cardoso Tenía tantas deudas con Santa Clara que, casi en el ocaso de su vida, prefirió tragárselas todas de un tirón. Como nadie, a pesar de su escasa cultura cuando arribó a aquí en los años finales de la década de los 20, probó con minuciosidad de orfebre las más variadas vertientes periodísticas y literarias, con excepción del teatro y la novela, para tomarle el pulso a la realidad.En la fronda del tiempo, con absoluta plenitud, ese «cuentero» que llevó adentro, pensó dispensarle un recuerdo nítido al cúmulo de anécdotas, historias y amigos que forjó en la ciudad. La muerte, con carcajada hiriente, tras el vahído que sufrió en la mañana del miércoles 26 de marzo de 1986, truncó parte de las memorias contadas con fidelidad de detalles.Tal parece que los golpes dados a la máquina para conformar el último de sus cuentos, «La presa», presagiaron el final de la existencia, tres días después, víctima de un accidente cardiovascular. Ahí narraba las vivencias de un hombre que conquista la mayor satisfacción en el instante próximo al adiós de los mortales.Sin embargo, él recordaba fielmente cuánto asimiló de la ciudad en sus entrañas. Con 13 años, en 1927, apareció en Santa Clara: vino a instalarse, guiado por la familia, en la calle Síndico, esquina a Villuendas. De inmediato, fue matriculado en la escuela primaria-superior, número 1, donde cursó el séptimo y octavo grados bajo la tutela del maestro Atilano Díaz Rojo.[2]Es estudiante del bachillerato, pero no concluye su estadía en el Instituto de Segunda Enseñanza. El hambre lo azota por cualquier rincón, y requiere acometer de inmediato los más disímiles trabajos: desde vendedor ambulante, hasta corrector de pruebas y anunciador de medicinas.Busca amigos, y entabla relaciones que suplan las carencias del conocimiento: embiste diversas fuentes del saber y, de pronto, contra toda esperanza, anda apegado a los trajines del consejo editorial de Umbrales,[3] publicación que promueve la poetisa María Dámasa Jova.[4]Ardientes polémicas estéticas lo alejan de inmediato de la publicación, y al olvido inicial quedan los apuntes como crítico y «versificador» de poca monta, para aventurarse junto a Juan Domínguez Arbelo,[5] Carlos Hernández,[6] Tomás G. Coya,[7] Faro González Fleites,[8] Rafael Lubián Aróstegui[9] y Severo Bernal,[10] entre otros, a la organización, en 1934, del denominado Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales.[11]Domínguez Arbelo insufla otros vientos al grupo: anima a escribir cuentos, a rastrear en los hombres y sus vivencias, hurgar y crear los personajes y volcarse hacia la realidad inmediata donde se coronan la reconstrucción de los ambientes. Da cursos teóricos con las últimas novedades literarias que aparecen en el campo de la escritura. En «Las tardes del cuento», programa sabatino del Club, Jorge Cardoso presenta ante el auditorio de Umbrales las primeras piezas poéticas, y son tantos los señalamientos al neorromanticismo trasnochado que, de inmediato, decide abandonarlas por siempre.Los ojos y el olfato son para trazos breves de la narrativa: relatos muy cortos, de índole costumbrista, sicológica y real, entre los que incluye «Negra vieja»; «El milagro» y «Tú y usted», considerados en la actualidad como los primeros que escribe. Anda prendido del «Decálogo», de Horacio Quiroga,[12] y de aspectos  relacionados con la comunicación y la dramaturgia oral o escrita y la preceptiva literaria.En ocasiones, se afirma, incluso Jorge Cardoso en ciertas formulaciones sostuvo que era del todo un escritor autodidacta. Durante el cúmulo de entrevistas a que fue sometido en las décadas de los 60; 70 y hasta 1986, el narrador prefirió comentar sobre el sello de su autodidactismo inherente a la formación artístico-literaria, hecho no del todo cierto.Papeles hallados recientemente, casi vírgenes, de mediados del octavo lustro del siglo pasado, cambian la tónica: el sábado 21 de marzo de 1936, el Club dedica sus labores al esbozo teórico «El arte del cuento: estudio crítico», presentado por Domínguez Arbelo.Allí se analizan las obras «El hombre de la petaca» y «El reloj vengador», ambos de Manuel García Consuegras, así como «Cronista por tres días» y «Dos crímenes», de Carlos Hernández López, y «El velorio y el milagro», de Jorge Cardoso.Los dos últimos autores, salidos de las páginas de la revista Umbrales, y ahora sabáticos del Club, se preparan en teoría y corrigen defectos literarios para participar en el concurso de narraciones que en mayo de se año promueve la revista Social. En el certamen Onelio gana el primer premio con «El velorio y el milagro», de temática campesina, mientras Hernández López, con «La traición«, y «Bertelot», ocupa la segunda y tercera posiciones. Luego las sesiones teóricas continuarán en lo adelante con el propósito de limar defectos, estudiar los estilos literarios de autores contemporáneos, tanto cubanos como extranjeros, y colocarse al día con los requerimientos técnicos que exige el arte de narrar.Desde entonces, Jorge Cardoso y otros villaclareños incorporados al Club Umbrales, rastrean historias y deciden recorrer los campos cercanos a Santa Clara, con la finalidad de indagar en las costumbres y psicología de los hombres que habitan o laboran en esos parajes.El declamador Severo Bernal Ruiz, Luis Tamargo,[13] Domínguez Arbelo, Hernández López y otros jóvenes van con frecuencia hacia las alturas de Pelo Malo, el Escambray u otros sitios, para entablar diálogos con cuanto campesino o transeúnte localizan en el camino.Dijo Onelio Jorge Cardoso, y Severo Bernal lo corroboró en cierto momento, que muchos de sus cuentos y las historias que luego recreó con espíritu realista o fantástico, salieron de las miserias, los sueños vacíos o repletos de plenitud, la discriminación y las inmundicias que percibió en aquellos periplos.El premio Hernández Catá,[14] que mereció por «Los carboneros», en 1945, llevó en esencia los recuerdos que guardó en la memoria sobre las anécdotas que escuchó por aquella época en los alrededores de Santa Clara, al reconstruir escenarios y psicologías humanas.Hay fotografías de ese tiempo en que anda vestido de guajiro, con sombrero y botas de labranza, y se hace acompañar de un mono por zonas rurales del territorio. Después, durante el proceso de escritura, Domínguez Arbelo solicitaba la entrega de relatos, de corte costumbrista, verista o fantástico, en que se retratara, de acuerdo a la originalidad de cada cual, lo apreciado en el periplo. La antológica pieza «El cuentero» —y que nadie lo dude, aunque Onelio Jorge Cardoso no lo dijo por lo claro— retoca de pie a cabeza al poeta matancero-villaclareño Enrique Martínez Pérez,[15] según afirmaron Bernal Ruiz y Raúl Ferrer Pérez, asiduos visitantes a las tertulias literarias y campechanas que sucedían en el bar Ideal, de esta ciudad.A finales de 1937, tras los topetazos y consejos que sostiene con el dominicano Juan Bosch Gaviño,[16] y el camagüeyano Emilio Ballagas Cubeñas,[17] y las lecturas de la obra de Luis Felipe Rodríguez,[18] conduce las tertulias literarias de la Academia Luz y Caballero, de Villuendas y Marta Abreu, en los altos del Correo Viejo, sitio que después ocupó el Billarista.[19] Su osadía es mayúscula: Raúl Ferrer Pérez le extiende una invitación para que ocupe un aula como maestro cívico-rural en el central Narcisa. Allí está por un tiempo. Un espíritu de superación, intrínseco a su personalidad de husmeador perenne, lo enriquecía por dentro. De ahí, tal vez la formulación absolutista del autodidactismo.[20]En La Publicidad, diario de Información de Las Villas, con redacción en Santa Clara, inicia una sección dedicada a difundir a cuentistas cubanos, latinoameicanos y europeos. Hasta 1943, después de casi dos años ininterrumpidos, fecha en que está próximo a partir hacia Matanzas como viajante de Medicina, dirige ese apartado cultural, desprovisto de todo concepto folletinesco y baladí, propio de la prensa de esa época.La obra de Gorki, Gervaise, Gaynor, Mainichi, Regis, Benavente, Maurois, Vargas Vila, Quiroga, Eustacio Rivera, Rulfo y otros narradores de fuste, brota reflejada en las páginas del rotativo, hecho que constituye un hallazgo para un medio de ese tipo, dirigido, sobre todo, a un público mayoritario donde imperaba la publicidad hueca.En carta escrita en 1945 desde Matanzas al amigo Sergio Pérez Pérez,[21] reconoce las enseñanzas legadas por Santa Clara y, en especial, da «vivas» a los jóvenes del Club. Ya es un escritor que se aventura hacia nuevos rumbos, y percibe los ignotos asombros que solo la voluntad y el espíritu de crecer hinchan al aire.Allí, al contar sobre las historias del pelotero Sandalio Simeón (Potrerillo) Consuegras Castello,[22] uno de los prospectos que juega con el Deportivo Matanzas, dice a cara destemplada: « [...] la gente nace para una cosa, y que se aparte todo el mundo: que allá va el hombre con todos sus sueños. Eso sucede en todos los campos».[23]El de Onelio Jorge Cardoso fue precisamente eso: recrear historias de su tiempo, de la isla y del universo, y hacerse grande con la magia que prodiga la palabra exacta para el hombre que entrona el sueño sin fronteras de latitudes y épocas. Por eso, tal vez, recreó minuciosos fragmentos de su mundo, desde una óptica humana y original, donde a ratos se asoma la pupila del periodista y del escritor colgado de asombros infinitos. 


[1] Luis Machado Ordetx: «El cuentero cabalga en sus setenta», en Vanguardia, Villa Clara, 22 (244): 2; domingo 20 de mayo de 1984. Entrevista a Onelio Jorge Cardoso. [Parcialmente inédita].
[2] Díaz Rojo, Atilano: Destacado pedagogo villaclareños del siglo pasado, con una importante realización en escuelas públicas de barrios marginales.
[3] Cfr. Luis Machado Ordetx (1997): Coterráneos, Ediciones Capiro, Santa Clara.
[4] Op. cit., pp. 323-330.
[5] Cfr. Domínguez Arbelo, Juan
[6] Hernández López, Carlos: [Santa Clara, 1914-República Dominicana, 1983]. Abogado, poeta, periodista, narrador y animador de la Cultura local. Inició su actividad artístico-literaria en la revista Umbrales, donde ocupó responsabilidades en la dirección del primer número            —septiembre 15 de 1934— de esa publicación. De 1936-1941 se incorporó junto a Juan Domínguez Arbelo, Tomás G. Coya, Manuel García Consuegra, Onelio Jorge Cardoso, Severo Bernal y…, al Club Juvenil Artístico-Literario Umbrales. Figuró en la nómina de escritores radiales en la Hora Hontanar, de CMHW. En 1936 ganó el segundo y tercer premios del Concurso Literario de la revista Social, con los cuentos «La traición» y «Bertelot», donde fueron jurados Medardo Vitier, Luis A. Balart y Elías Entralgo. Durante la década de los 40 publicó Feria, mención honorífica del Premio Nacional de Poesía, 1951, así como Final de sueño y Río impaciente (1946). De su autoría son: Fiebre y Chamberí, textos donde intercala poesía, crónica y cuento. Toda su obra carece de un estudio crítico y biográfico. Cfr. Agustín Acosta: «Carta a un amigo», en El Villareño, Santa Clara, Las Villas, 3(107):2, martes 15 de mayo de 1951; Dulce María Loynaz: «Palabras sobre Feria», en El Villareño, Santa Clara, Las Villas, 3(113):4, viernes 25 de mayo de 1951, y José Ángel Buesa: «Palabras a Carlos», en El Villareño, Santa Clara, Las Villas,  3(118):2, jueves 31 de mayo de 1951.
[7] Coya Alberich, Tomás G.: [Santa Clara, 1913]. Pedagogo, músico, cuentista, animador cultural. Graduado en la Escuela Normal para Maestros y Maestras de Santa Clara, ejerció durante años la docencia, y también sirvió como concertista en la guitarrística clásica y popular.  La labor literaria, publicada, parcialmente, en la prensa villaclareña, carece de un estudio sistémico.
[8] González Fleites, Faro: [Santa Clara, 1914- ¿...?]. Fundador del Club Umbrales, junto  a Onelio Jorge Cardoso, Tomás G. Coya, Carlos Hernández y...  Pintor, sobre todo paisajista y retratista, formado tras el paso de algunos años por la Academia de San Alejandro, en La Habana. En 1934 organizó una exposición en Santa Clara, donde presentó  originales plumillas dedicadas al floklore negro. Los vínculos con integrantes del Club surgieron desde los años en que estudiaron en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara.
[9] Lubián Castellanos, Rafael A.: [Santa Clara, 1910-Id., ¿?]. Periodista en varias publicaciones del territorio central cubano, principalmente en La Publicidad y El Villareño, donde se desempeñó durante un tiempo en temas generales y culturales. A partir de 1954 ejerció la docencia en la Escuela Profesional de Periodismo y Artes Gráficas «Severo García Pérez», de Las Villas.
[10] Cfr. Bernal Ruiz, Severo de la Caridad
[11] El 30 de diciembre de 1934, en la vivienda de Corina Lazo, en la calle Eduardo Machado y Unión, quedó oficializado el Club., abierto al debate de las aportaciones artístico-literarias de los jóvenes ávidos por discutir el más disímil tema. Allí concurren Ernesto G. González, Eraelia Fernández, José González Ugarte, Alberto Andino, y hasta el pedagogo Emilio Ballagas Cubeñas, entre otros intelectuales radicados o de tránsito por Santa Clara.
[12] Quiroga, Horacio: [Salto, Uruguay, 1878-Buenos Aires, 1937]. Periodista, fotógrafo y narrador. Considerado entre los cuentistas más originales en la Literatura Hispanoamericana. En 1901 editó su prosa poética Arrecifes de coral, y en 1908 las novelas Historias de un amante turbio, y 1917 publicó Cuentos de amor, de locura y de muerte, y un año después El salvaje, Anaconda (1921), El desierto (1924), Los desterrados (1926) y La gallina degollada y otros cuentos. Con posterioridad salió Cuentos de la selva, y 1929 entregó su otra novela: Pasado amor. En 1956 circuló Cuentos Completos.
[13] Tamargo, Luis: [Santa Clara, 1906-¿...?]. Viajante de farmacia, relacionado con el Club Umbrales, y en especial con Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, entre otros.
[14] Premio Hernández Catá: Establecido con carácter nacional e internacional, según propuesta de 1942, por Antonio Barreras. V. Diccionario de Literatura Cubana, Op. cit., t. i, pp. 224-227.
[15] Cfr. Martínez Pérez, Enrique de la Caridad 
[16] Bosch Gaviño, Juan: [La Vega, Santo Domingo, 1909-Id., 2001]. Político y escritor de amplio fuste. Residió en Santa Clara a mediados de la década de los 40, fecha en que vivió en Cuba como exiliado político, donde sostuvo relación con escritores locales, principalmente con Enrique Martínez Pérez, Sergio Pérez Pérez, Gilberto Hernández Santana, Carlos Hernández López, Juan Domínguez Arbelo, José Ángel Buesa,  Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, entre otros. De la estancia en Santa Clara hay testimonios inéditos vertidos al autor por Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz, así como una profusa correspondencia dirigida a Sergio Pérez Pérez.
[17] V. Ballagas Cubeñas, Emilio
[18] Rodríguez, Luis Felipe: [Manzanillo, 1884-La Habana, 1947]. Narrador, periodista, dramaturgo y ensayista. Está avalado como uno de los iniciadores del cuento contemporáneo en Cuba. V. Diccionario de Literatura Cubana, Op. cit., t.ii, pp. 905-907..
[19] Esos escritores hicieron visitas reiteradas a las tertulias del cuentista y crítico de arte Onelio Jorge Cardoso, con sede en el Colegio-Academia Luz y Caballero, en las calles Villuendas y Marta Abreu, en Santa Clara. Cfr. Severo Bernal Ruiz: «Una peña cultural», La Publicidad,  xxxiv (12058): 5; Santa Clara, Las Villas, lunes 18 de octubre de 1937.
[20] Integró, como otros jóvenes de la época, la docencia en las Escuelas Cívico-Rurales      —nacidas al amparo del Decreto-Ley número 620, firmado el jueves 27 de febrero de 1936—, para combatir el analfabetismo y orientar la vocación cultural del campesino. En 1940 la provincia de Las Villas, donde residió, tenía 295 centros docentes de ese tipo, y la matrícula ascendía a más de 17 mil 800 estudiantes de edad infantil y juvenil.
[21] Pérez Pérez,  Sergio: [Sancti Spíritus, 1906-Caracas, Venezuela, ¿?]. Poeta, viajante de medicina, diplomático, periodista y publicista. A principios de la década de los 30, se radicó en Santa Clara, donde fungió como presidente de la Asociación Nacional de Viajantes de Farmacia,  así como de la Federación de Asociaciones de Agentes Comerciales de Cuba. En los años 60 se instaló en Venezuela, y en 1999 el Instituto San Carlos, perteneciente a la Universidad de Miami, en Estados Unidos, lo condecoró con la «Medalla Nacional de la Excelencia», por sus aportes a la Cultura Cubana desde diferentes partes del mundo. Apud. Carta escrita el 15 de noviembre de 1943. [Inédita].
[22] Consuegras Castello, Sandalio Simeón [Potrerillo]: [Potrerillo, Cienfuegos, 1920- Estados Unidos ¿199?].  Pitcher derecho, iniciado en el béisbol cubano en 1935 con el Club Cumanayagua, y entre 1942 y 1945 actuó con el Deportivo Club, de Matanzas, pertenecientes a la Liga Amateur, hasta que, dos años después, pasó como profesional al Atlético de Marianao. Al poco tiempo intervino en la Liga Mexicana con los equipos de Puebla y Monterrey, así como Gavilanes, en Venezuela. En la década de los 50 se relacionó con los elencos de las Medias Blancas de Chicago; Senadores de Washington; Orioles de Baltimore y Gigantes de Nueva York.Estuvo 8 años en la pelota profesional de los Estados Unidos, y en 1954, jugando con los Medias Blancas de Chicago, se convirtió en el primer lanzador latinoamericano que conquistó el Campeonato de la Liga Americana, con balance final de 16 victorias y 3 derrotas.
[23] Op. cit.

Lorca, itinerario en Caibarién

Lorca, itinerario en Caibarién

Por Luis Machado Ordetx

 «[…] No creo en el artista sentado, sino en el                                                                      artista caminante…»[1]                                                                                   F.G.L.A la mar, en las aguas del norte, allende a la costa, se adentró el poeta García Lorca,  para, junto a un grupo de amigos, disfrutar de los contagios del paisaje y de la melodía de la brisa dispuesta en las cercanías de la Villa Blanca. Confirmó cómo «[…] el andaluz, con un profundo sentido espiritual, entrega a la naturaleza todo su tesoro íntimo con la completa seguridad de que será escuchado»,[2] por los peculiares y tenues embrujos de la sorprendente realidad.Toda culpabilidad por su travesía aventurera, decía, constituía una obligatoriedad del hispanista Chacón y Calvo, causante del acontecimiento marinero desde el inicio de la presentación de su conferencia en «Homenaje a Soto de Rojas» —del domingo último de marzo de 1930—, al hablar con notable vehemencia de los distintivos insulares que bordean a la ciudad portuaria cubana.Y recordaba con machacona obstinación lo expuesto por el otro: «[…] Su actual viaje a Cuba es una paréntesis feliz y alegre. Yo espero que nuestra isla de [sic] luz y deje su huella honda en el espíritu de mi amigo. Caibarién, con sus cayos múltiples, con su paisaje marinero, contemplaría con nuevas perspectivas la imagen risueña y cálida de nuestra isla que se llevará para siempre el poeta […] en su gran colección, en su gran archivo de folklorista y viajero, y más aún en su fino espíritu de hombre…»[3] Reseñas, relacionadas con la estancia del creador de La zapatera prodigiosa (1930), aparecieron en publicaciones de la localidad, y la conferencia que impartió sufrió versiones en los diarios La Verdad, El Deber, El Imparcial, El Comercio, La Opinión y…El editorialista Armando Morales Rojas, director de Los Duendes, testifica  que el autor de Romancero Gitano, junto a José María Chacón y Calvo      —vicepresidente de la Institución Hispanocubana de Cultura, y además guía del agasajado—, así como del sagüero Carnicer Torres, el santaclareño Juan Domínguez Arbelo, y los periodistas Ramón Arenas Hernández (Ramiro de Armas), Vicente Treto Rivero y otros escritores, fueron a la búsqueda de la «bohemia divertida» y el recreo exaltado.«La mañana del lunes sorprendió al granadino y a algunos de los compañeros en diálogo con Tomás Ampudía, dueño del café El Louvre, frente al parque Martí, donde adquirieron licores varios y cogieron rumbo a la zona de Punta Brava, terreno en que está la playa 'El coco', denominada así por la transparencia de las aguas, y a la sombra de plantas de anones, se regocijaron de los baños que posibilita el espacio reservado por la armazón de una casucha de guano […], y en las rancherías de las cercanías del Yacht Club, intercambiaron palabras con algunos grumetes , para luego internarse en dos embarcaciones hacia las profundas zonas de Villalba, en Conuco…»[4]  También el poeta Arenas Hernández, al recordar su tránsito como redactor de la revista Archipiélago, una voz de tierra adentro para el Continente, a finales de la década de los cuarentas, contó al declamador Severo Bernal Ruiz, la posibilidad que tuvo, en su juventud, de divulgar para las páginas de El Dante, los periplos de Lorca por la cayería, y el gozo que sintió el español al percibir la «cruz aérea» que asemejan los vuelos de colonias de flamencos, aves de exquisitez inusual, desde tiempos de los fenicios y los romanos, por sus furores sagrados para muchas civilizaciones humanas.«Esa es la naturaleza, de largas patas y un duro pico para remover el agua y buscar alimentos, con ése plumaje rojizo y deslumbrante, único, para proteger feos polluelos grises, nacidos tras una danza nupcial, de elegante asedio del macho y la esquiva aparente de una hembra que cae rendida en lugares discretos, donde realiza una cópula que nadie ve, con lo que revive lo imaginado por todos en una transparente poesía…»,[5] escribió el otro al acordarse de la afirmación del español.Tal parece que, deudor al fin, inmortalizaba al cordobés don Luis de Góngora en el gusto infinito por los mares y los vericuetos que encierran los detalles del entorno del hombre.En tierra adentro, previo al arribo del poeta a Sagua la Grande —el sábado 22 de marzo de 1930, luego de la invitación cursada por el periodista Ciro Espinosa a nombre de la filial de la Institución Hispanocubana de Cultura de la Villa del Undoso—, la prensa de Caibarién sustentó que era posible una estancia del escritor en los salones de la Colonia Española de la localidad.Igual criterio rondó en los diarios El Comercio y La Correspondencia, de Cienfuegos, donde Felipe Silva Gil y Pedro López Dórticos, formularon el interés en recibirlo a mediados de abril.La Opinión, de la Villa Blanca, el martes 18 de marzo de 1930, indica en titular de primera página: «Hispano-Cubana de Cultura», y resalta: «Para el domingo 29 de marzo nos anuncia la Filial de Caibarién una conferencia por el gran poeta granadino Federico García Lorca, no habiendo escogido aún el tema de su conferencia. Una nueva era de actividades promete la Hispano-Cubana».[6]El día que llegó el autor del Romance de la luna de los gitanos (1927) a territorio del Undoso, primer sitio villareño y del interior del país que recorrió a plenitud, El Meridiano indicó que a finales de mes programarían una importante disertación, a cargo de un extranjero, nombrado García Lorca, considerado entre las revelaciones poéticas de la Generación del 27 en España.[7]El Comercio, del viernes 4 de abril de 1930, rubricó «El poeta García Lorca en la Tribuna  de la Hispanocubana de Cultura», y destacó: «[…] Durante más de una hora mantuvo el interés del selecto auditorio que lo escuchaba y con un lenguaje elevado, finísimo, hermoso en la forma y más hermoso aún en el fondo, evocó la figura del gran poeta granadino Soto de Rojas, olvidado ya en estos días, pero emocionalmente recordado por el joven e ilustrado poeta español.«El conferencista fue frecuentemente aplaudido y su presentación ante el público de Caibarién la hizo brillantemente el Dr. Chacón y Calvo, nuestro ilustre amigo, que no solo ha desfilado por la prestigiosa tribuna local, sino que en distintas ocasiones ha visitado a esta localidad.»[8]Otros periódicos exponen que el lunes en la noche, último del mes de marzo, estuvo rondando con los amigos por Padre Varela y Martí, donde se encantó con las reposterías del café-dulcería El Suizo y Casino, y no se cansó de elogiar los decorados interiores, llenos de arabescos, arcos de medio punto y elementos neoclásicos, existentes en el Liceo local. También diferentes redactores se encargaron de puntualizar sobre la visita al Hotel España, en Justa número 9, donde degustaron la especialidad de la casa: la salsa de perro, elaborada con pescados de ese tipo, tomate, ají dulce y picante, ajo, cebolla, aceite, vinagre y papa. A España, dicen, se llevó esa receta alimenticia.La comitiva que acogió a Lorca en Caibarién, decidió, a instancia del dramaturgo Domínguez Arbelo, viajar el martes primero de abril hasta Santa Clara, con el propósito de efectuar una estancia intermedia, para efectuar un diálogo con intelectuales de ese territorio y de Cienfuegos. Abordaron los automóviles en la piquera del Parque Martí, llegaron a Remedios a saludar a Pérez Abreu, y en la capital provincial recibieron un banquete en el Gran Hotel «Las Palmas», propiedad de Marcelino Rodríguez, en la calle Domingo Mujica, número 7, cercano a la plaza del Mercado.El periódico Federación, de Santa Clara, del viernes 4 de abril, hizo una  reseña del encuentro en que intervinieron intelectuales locales junto a visitantes foráneos, lugar en que López Dorticós, presente en la reunión, reiteró la posibilidad de una disertación en la Perla del Sur.[9]El viaje de retorno a Caibarién, pasado el mediodía, devino en separación momentánea. El miércoles 3, el granadino y Chacón y Calvo, al amanecer, casi al unísono con los cantos del los gallos, abandonaron las respectivas habitaciones del Hotel Comercio, en Justa número 28, y se dirigieron junto a un grupo de amigos hasta la estación de ferrocarril, para tomar el tren Caibarién-Sagua la Grande-Estación Central, destino a La Habana.Era las 7:45 a.m., y la despedida ocurrió con el pitazo del conductor, originando una ruta expedita, donde «[…] su genio: el genio de un imán que todo lo atrajese»,[10] como lo definió Jorge Guillén,  decantara una estela definida en el quehacer literario de entusiastas villareños, dispuestos en lo próximo a tener a García Lorca en un retorno efímero por estas tierras.


[1] Federico García Lorca: «Imaginación, inspiración y evasión», en Obras completas, p. 1543, Editorial Aguilar, Madrid, 1962.
[2] Federico García Lorca: «El cante jondo (primitivo canto andaluz), Idem., p. 1524.
[3] José María Chacón y Calvo: «Lorca, poeta tradicional», en El Meridiano, Caibarién, 3 (182):6, martes 1 de abril de 1930. Reproducción íntegra en Revista de Avance, 1930, La Habana, IV (45):101-103, tomo V, abril 15 de 1930.
[4] Armando Morales Rojas: «Lorca por Caibarién», en Los Duendes, Caibarién VI (42):4, jueves 3 de abril de 1930. V. Carteles, La Habana, Volumen xv (19):30, mayo 11 de 1930. Aquí aparece una foto del poeta junto al grumete Conrado Suárez, tomada en ese lugar por Chacón y Calvo.
[5] Carta de Ramón Arenas Hernández al declamador villaclareño Severo Bernal Ruiz, sábado 17 de junio de 1949. [Inédita].
[6] La conferencia se tituló «Homenaje a Soto de Rojas (Pedro, el discípulo de Góngora», llamada también «Un poeta gongorino del siglo xvii», efectuada en la mañana del domingo 30 de marzo de 1930 en los salones de la Colonia Española de Caibarién.
[7] V. El Meridiano, Caibarién, 3(175):6, sábado 22 de marzo de 1930.
[8] Cfr. El Comercio, Caibarién, xvii (19):2, viernes 4 de abril de 1930.
[9] V. Florentino Morales: «La visita del poeta-dibujante "vanguardista" García Lorca provoca polémicas en Cienfuegos», revista Signos (128):341-363, Santa Clara, 1976.
[10] Jorge Guillén: «Prólogo», Obra Completa, Op. cit., p. xix.

Esplendor sinfónico de García Caturla

Esplendor sinfónico de García Caturla

Por Luis Machado Ordetx

La negritud, en multiplicidad responsorial, litúrgica, dramática, de sentido plástico y  gracejo, amén de la medida y la metáfora que alienta, tienden a fundirse como aldabón, casi al minuto, de acabado perfecto, en los vericuetos de la música y la palabra del más elevado y universal de todos los compositores cubanos: el remediano Alejandro Evelio García de Caturla.Su obra, jamás significó una moda pasajera, como algunos creen, dentro de los espacios y las formas de composición estéticas por donde transitó, hacia la segunda mitad de la década de los 20 del pasado siglo, la esencialidad distintiva del país.Nada era ajeno al temperamento existencial. Ahí está plasmada la memoria, apegada como registro oral o documental, dentro de un controvertido ámbito artístico-musical, profesional y personal. Al instante se insufla hacia los ancestros, detallando en lo negro que sostiene en el embrujo, al tiempo que disfruta de lo nacional y de la novedad técnica que ahondaron con anterioridad románticos, impresionistas y expresionistas. Con ellos comulga en herencias, pero anda sobre el sentimiento de lo empinado.No se contenta con los  «arrolladores»  animadores de los conceptos vanguardistas que pugnan contra demodé o valores gastados, sino que hurga, para decantar lo propio, desde su visión folklórica, en el gesto y el signo contenidos, sin afeites superficiales o epidérmicos, dentro de lo hispánico y lo africano. Los compases armónicos que compone, se aferran a la complejidad y la originalidad del color y la melodía, de ahí el gusto por los acordes de los instrumentos de viento, las cuerdas y la percusión cubana.Carpentier —no miente—, es su principal alentador. Constituye el «descubridor musical», desde 1925 —casi al término de los estudios universitarios de Derecho que hace el villareño—, fecha en que lo conoce en La Habana en medio de avatares como pianista de cine silente, instrumentista de la Jazz band Caribe o de orquestas de formato sinfónico.Desde entonces, ese crítico, insiste en que Caturla [San Juan de los Remedios, miércoles 7 de marzo de 1906-Id., martes 12 de noviembre de 1940], sujeta, aún la juventud, a un hombre acabado, capaz de entenderlo todo y acometer quijotescos llamados en los planos por los que discurre.Expone el novelista que: «[…] casi todos los que me veían alentar al novel artista se encogían de hombros: "Ese Caturla, ese, es un loco, me decían"…».[1] Desde pequeño nada sorprende al remediano, acostumbrado a tratar con el hombre o la mujer negra, como Bárbara Sánchez [Abibe], su manejadora, o los sueños traslados por las madres de leche que tuvo.Por tanto, en lo social, sabe que va a  lo «chocante», al encontronazo con la gallardía de lo africano y su  gente, observadas en el toque de lo exclusivo antillano, y en la rectitud de lo justo e imparcial para cualquier medida de la razón y el entendimiento humano.El abogado Juan J. E. Casasús, da, en La Publicidad, de Santa Clara,  un parecer exacto, 23 días después que el escolta de la cárcel de Remedios, José Argacha Betancourt, dejara tendido en el suelo, en una callejuela, al juez García de Caturla, muerto tras dos disparos de revolver.«[...] El estudio de las potencias espirituales nos explica lo que para muchos constituyó siempre un enigma: esa doble vocación de Caturla para la Música y la Judicatura.«Decía Platón que la justicia es la armonía interior, el acuerdo del alma consigo mismo, y ese ideal constituyó la apetencia urgente de Caturla, en pos siempre de aquel acuerdo consigo mismo, de aquella armonía interior. Y por eso la Música, esa forma de lo bello, que también es lo verdadero, no bastaba a satisfacer sus apetencias exquisitas de aquel espíritu atormentado por el sacrificio [...] a la causa del bien y enamorado como ninguno de la justicia.«[...] su santo amor por la justicia, cuya vara nunca supo en sus manos inclinar ni la dádiva del opulento, ni la súplica del amigo, ni la amenaza del poderoso, le concitó múltiples airados enemigos que más de una vez cruzáronse en el camino recto de su noble vida. Pero él, impertérrito, gladiador de la más noble de las causas, por sobre los abrojos que parecen insalvables, ejercía con tesón y sacrificio incomparables, su santo ministerio, tanto más difícil cuanto que era ejercido en medio hostil como el nuestro, incapaz para ponderar y rendir culto a tan superior excelsitud[2]Poco antes de irse a Paris, el poeta Emilio Ballagas Cubeñas, en 1937, encuentra a García de Catarla junto al pintor Domingo Ravenet Escuerdo en las calles de Santa Clara.El músico andaba en sus emanaciones de compositor, al tiempo que tramitaba asuntos legales en la Audiencia de Las Villas, en calidad de Juez de Instrucción, cargo que ocupó indistintamente en Ranchuelo, Quemado de Güines, Palma Soriano y Remedios.Las ocurrencias del instante, conmovieron la risa y las preocupaciones de los interlocutores empeñados en indagar y enriquecer, desde los respectivos puntos de vista, las vivencias  de lo criollo y lo mulato, dentro de la ostentación del contacto con lo nacional y lo universal.[3] Dialogaron sobre la «calunga» —ardoroso deseo y sentido por la sensualidad de lo negro—, y el remediano espetó: «Eso está ahí, en mi música, en el rastreo de tus versos y en la captación inigualable del color y la expresión de Ravenet. No hay otro calificativo, forjamos lo nuestro...».[4]Ya, desde principios de los años 30, la difusión de los valores y aciertos sinfónicos, tanto cubanos como foráneos, están presentes en los rotativos villareños: su redactor García de Caturla. Destaca la sección «De la Alta Cultura», que mantuvo, casi semanal, durante un tiempo, en La Publicidad, de Santa Clara, sitio donde habla de su banda de conciertos de Caibarién y las novedades europeas. [5]  Al respecto, en más de una ocasión, luego comentará: «[…] Gracias al calor que he encontrado en mis veinticinco esforzados compañeros de Caibarién y buena parte de ese pueblo, amén del aliento que recibo de mis compañeros extranjeros y nacionales —como usted—, he vuelto a tener los bríos en mí acostumbrados, y esta bendita rebeldía que hecha mis venas, mueve mi espíritu y me encamina hacia la realización de mis ideales aún cuando el camino se encuentre erizado de púas[6]De los meses parisinos, previo al instante formativo de su Orquesta de Conciertos, dirá Alejo Carpentier: «Y el loco llegó a Paris […] ¿Con qué propósito vienes?, le pregunté. Te advierto que estás en una ciudad donde estéticamente no se puede engañar a nadie […] El loco venía a estudiar. Quería adquirir los conocimientos que le faltaban.«Llegó el de día de presentación de Caturla a Nadia Boulanger […] Dudo mucho que alguna vez la admirable maestra se haya entusiasmado de tal modo ante las obras de un discípulo:«Confieso —dijo la maestra—, que, hasta ahora, yo no tomaba muy en serio la música cubana. Yo sólo conocía unas cancioncitas lánguidas, totalmente desprovistas de carácter […] Esta en cambio —la Danza lucumí, la Danza del tambor— es para mí un mundo nuevo…»[7]La Boulanger —ganadora en 1908 del segundo Prix de Rome—, lo conmina  hacia lo recóndito. El cubano entra en contacto con los integrantes del denominado Grupo de los Seis: Milhaud, Honegger, Poulenc, Tailleferre, Auric, Durey. También asume la obra de Stravinsky, Satie, Debussy, Ravel  y... Nada lo desdobla. Tiene definidos sus planes de aprendizaje en fuga y contrapunto. Lleva en sus pliegos a «Bembé», composición, elaborada a instancias de la profesora, y a la que luego incorporaría una trompa más, trompeta, trombón tenor y cuatro instrumentos de percusión. La pieza se difunde entre los europeos el sábado 23 de noviembre de 1929. El rotativo Courrier Musical Theatral, de Paris, lo avala como un «documento curioso e interesante», y días antes, el martes 19, Lidia de la Rivera, soprano cubana, interpreta sus «Dos poemas afrocubanos», considerados como antológicos. También incluye «Tres danzas cubanas» (1927): Danza del tambor, Motivos de danza y Danza lucumí, escritas para piano y violonchelo, y otras más. A fines de diciembre de 1930 ya está en Cuba. No obstante, Slominsky, Varese y otros músicos, difunden sus «elucubraciones» en predios europeos.  El maestro español Pedro San Juan, dos días después de la muerte de Caturla, publica un artículo en el rotativo habanero El Tiempo, donde define que el remediano «[...] amaba la música sobre todas las cosas con la rebeldía de su espíritu inadaptable que sentía el ansia incontenida de superarse...»[8] Ese pedagogo y director español que privilegió con su batuta a la Filarmónica de La Habana (1924-1934), escribe el texto con el sugestivo título de: «Un discípulo indisciplinado», y acota que:«[...] ha sido enjuiciado con desdén por más de uno de esos espíritus ligeros para quienes la música es sinónimo de estancamiento o de cosa sujeta a leyes inmutables [...], y es que [allí] había más que un vulgar rebelde, que un caprichoso: vivía en él, con la fuerza natural que rompe el dique, el ansia de hallar, de captar la manera justa, el ambiente único al que han de ajustarse los materiales vírgenes del arte que nace...»[9]Ahí reside la clave del por qué el estado febril por lo afrocubano, alejado de todo encantamiento pasajero, y fuera de la usanza banal y transitoria. De acuerdo con Carpentier, tanto Caturla, como Amadeo Roldán [Paris, 1900-La Habana, 1939], están inmersos en una «[...] tendencia que [...] constituía un paso necesario para comprender mejor ciertos factores poéticos, musicales, rítmicos y sociales, que habían contribuido a dar fisonomía propia a lo criollo.»[10]Ante los vericuetos divulgativos por los que transita el esparcimiento que hace la Filarmónica y la Sinfónica de La Habana, señala que: «[…] todo me ha decidido a estudiar y componer no pensando en Cuba sino en el extranjero, pero esto para un buen patriota es lo peor que le puede suceder porque la patria es lo primero y es bien duro tenerla que sentir relegada, pudiendo dársele lo mejor de uno[11] De esa época datan las antológicas «Yamba-O» —con texto de Carpentier—, «La Rumba» —a partir del poema de Tallet— y «Bito-Manué» y «Mulata», recreación musical de versos de  Guillén, y...Lo negro, lo mulato y lo cubano tienen en García de Caturla un fragor constante. De Emilio Ballagas pondrá música a los versos contenidos en Cuaderno de Poesía Negra (Santa Clara, 1934): «Berceuse (para dormir a un negrito)» y «Nombres negros en el son», mientras trabaja en la ópera de cámara «Manita en el suelo», concebida por Carpentier.Nada le es exótico, y como fulgor de sangre, contempla, al igual que el autor de Ecue-Yamba-O,  y otros coetáneos, donde «Súbitamente lo negro se hizo eje de todas las miradas..[12]Lo dramático, desde el silencio hasta el estruendo, está en la virilidad de los instrumentos de viento, la estridencia rítmica y el aliento agraciado y efusivo de los toques percusivos del piano que arrastra evocaciones. Similar encontronazo hallará en las tonalidades del tambor en ebullición sensualista.Guillén, el viernes 15 de noviembre en el diario habanero El Tiempo, publicó un artículo: «El crimen de todos», donde consternado señala:«[...] La cultura cubana le debe mucho a García de Caturla, pero mayor sería esa deuda si el hubiera encontrado el modo de proyectar su temperamento en el ámbito que un país realmente culto ha de tener a la disposición de los hombres de su talla.«Creo que Cuba pierde a una de sus figuras más definidas y fuertes, recreador exigentísimo de nuestro folklore. Muerto Roldán, él nos quedaba, como una realidad y, al mismo tiempo como una brillantísima esperanza. Ahora nos deja en un desamparo musical del que mucho tiempo tardaremos en reponer..[13] Los amigos, coetáneos y coterráneos, no equivocaron en sus razones. Caturla, el músico cubano más abarcador del pasado siglo, en este año, en que abrazamos su centenario de nacimiento, se mantiene como un hombre íntegro en todas las dimensiones culturales, para erigirse como un Quijote, que sostiene en sus manos un esplendor sinfónico cargado de universalidad. 


[1]  Alejo Carpentier: «Un remediano que triunfa en París», en La Tribuna, Remedios, ii Época, xv (501):1-3, sábado 22 de septiembre de 1928. Tomado de Carteles, La Habana, 1928. 
[2] Juan J. E. Casasus: «In Memoriam», La Publicidad, Santa Clara,  xxxvii (12929):1; 10, jueves 4 de diciembre de 1940.
[3] Carta de Emilio Ballagas al declamador villaclareño Severo Bernal Ruiz, Nueva York, lunes 10 de febrero de 1947. [Inédita].
[4] Idem. Citado por Ballagas.
[5] Alejandro García de Caturla: «La orquesta de Caibarién», en La Publicidad, Santa Clara, Las Villas xxix (11813):3, viernes 3 de enero de 1930. En ese mismo periódico, desde entonces y hasta 1933, mantuvo sistemáticas columnas sobre crítica artística y cultural. También pueden consultarse las ediciones de El Faro, Remedios,  1932 y 1933.
[6] Alejandro García de Caturla: Carta a José Antonio Portuondo, fechada en Remedios el primero de febrero de 1933, en Signos, Op. cit., p.113.
[7]  Alejo Carpentier: «Un remediano que triunfa en París», Op. cit.
[8] Pedro San Juan: «El discípulo indisciplinado», El Huracán, Remedios, XI (248):1, martes 26 de noviembre de 1940. Tomado de El Tiempo, La Habana, jueves 14 de noviembre de 1940.
[9] Idem.
[10] Alejo Carpentier (1979): La Música en Cuba, p. 244, Editorial Letras Cubanas, La Habana.
[11]  Alejandro García de Caturla, Op. cit, p. 115
[12] Idem.
[13] Nicolás Guillén: «El crimen de todos», El Huracán, Remedios, xi (248):1, martes 26 de noviembre de 1940. Tomado de El Tiempo, La Habana, jueves 14 de noviembre de 1940.